CAPITANES DE AGUAS TURBULENTAS
no siempre fue lo que hoy es |
Mi hombro izquierdo me recuerda frecuentemente mis 23 años de juego. A veces quisiera, que se hubiera hecho trizas como el derecho años atrás y que luego de la cirugía quedara como él. Pero bueno eso es una quimera, es imposible predecir de manera inequívoca que hubiera quedado igual al malogrado pero resucitado hombro derecho.
En la vida de un jugador de rugby no hay amor más fiel del
que se tiene por los analgésicos. Una cita casi obligada todos los domingos sin
falta así como en hielo, del cual no nos podemos alejar mucho. Es normal que
mientras el resto de los mortales esta en modo domingo, todos vestidos de
manera despreocupada y tomando baños de sol en paseos interminables, nosotros
estemos entre algodones como suele decirse.
Hubo un tiempo en que los marineros del antiguo continente
solo navegaban bordeando las costas. Ellos temían sobre todo a las tormentas
repentinas que podían sorprenderlos y si ello sucedía podían escapar con alta
probabilidad de llegar a la orilla. O podían fondear incluso algunas veces. La
razón era obviamente el entonces infinito mar y por otro la posibilidad de
repentinas tormentas.
Cuando una de ellas ocurría, esperaban poder llegar a nado a
las orillas de ser posible y salvarse. Seguro ansiaban en sus profundos sueños
ver lo que ocultaba el mar entonces no metafóricamente infinito. Se requería
entonces que para poder atravesar los mares y poder ver que no eran infinitos
se necesitaron capitanes de aguas turbulentas que afrontaran los terribles
temporales que podían desatarse en el océano abierto.
Posiblemente el rugby colombiano sea hoy día un mar abierto
de oportunidades el cual comenzamos a surcar cada vez más lejos de las orillas
donde tuvo su hogar primero. El caso es que no siempre las cosas fueron como
hoy en el juego. Relatare una historia ya contada muchas veces en sucesivas
noches de tertulias ahogadas en cerveza. las historias, como si fueran pequeñas
pelotitas de barro, se van apoderando de granos de arena que al mismo tiempo
las hacen diferentes día a día, transformando rápidamente su forma inicial convirtiéndolas
en otra cosa que después los siglos convertirán en una piedra. Así mismo la
narrativa fantástica se apodero de este hecho convirtiéndola en una leyenda.
Corría el año 2001 si no estoy mal, venia de una para
forzada por problemas de salud asociados a una infección bacteriana adquirida
por la contaminación debida a la tierra de las canchas y las constantes laceraciones
causadas por el rigor del juego y por cierto, este problema me aquejaría por
gran parte de mi vida deportiva. Lo cierto es que después de casi un mes de
padecer pústulas malolientes cual cadáver en vida, retorno a entrenar. Las
secuelas de la enfermedad eran evidentes en mi desempeño y me costó sobretodo
la segunda parte del entrenamiento donde el agotamiento me tenía contra las
cuerdas. La verdad daba verdadera lástima.
Estuve casi todo el tiempo (sino todo) en oposición. Desde
que inicie a jugar tenia un buen tackle y una muy buen efectividad en defensa:
un tackle un muerto dirían parodiando la frase de los snipers de la marina
norteamericana aunque ya estamos exagerando un poco o no? Mas sin embargo ese
día excepto los diez primeros minutos no podía con mi cuerpo. Nuestro
entrenador por esos tiempos, me azuzado
a correr más y más, más allá del límite.
Lo cierto es que
hacia el final del entrenamiento tuve un segundo aire entonces comencé a buscar
“el desquite” de la dura tarde ya en ese momento noche. Había un chico nuevo al
que le decíamos Arnoldo (Era tradición en gatos colocar nombres que no eran los
propios como apodos) aunque no trate mucho con él pues para el momento en que
el ingresó estaba en convalecencia. Nunca supe y nunca creo que sabré cual era
el verdadero nombre de este chico. Recuerdo que era moreno, delgado pero fuerte
y ese día me pareció veloz. Además de esto solo recuerdo que el portaba el
balón y yo con mi último cartucho cargado y el hombro listo. Me agazapo y descargo
toda la energía que me quedaba en ese día. Arnoldo en un buen gesto técnico y
logra pasar pero para ello le toca asumir el tackle que es positivo así que su
cuerpo va para atrás sin control. Yo con mi cuerpo totalmente estirado
desarrollando su máxima potencia giro levemente la espalda hacia abajo llevando
en cuerpo inerme contra el piso.
Caemos ambos, yo
asiendo a Arnoldo de la parte baja de su tronco pero su cabeza azota (creo y
muy seguro así sucedió) fuertemente el piso. Yo me quedo dos o tres segundos….pudieron
ser más…me levanto y le brindo mi mano a Arnoldo para que se levante y
esperando felicitarlo por el buen pase que realizo pero la felicitación se
quedó en mi boca ya que comenzó a convulsionar para luego quedar rígido como
una barra de acero.
Ya conocía la razón
porque era algo que había visto anteriormente: Era el resultado de una
conmoción cerebral debida al fuerte golpe. Esto ocurrió en la cancha auxiliar
de la universidad de Antioquia debajo del caucho que entonces estaba en el
extremo nororiental. Darío (que era como se llamaba el entrenador) al ver que yo
no aparecía creyo que estaba haciendo roncha o que andaba de pernicioso como
solía yo decir en aquel entonces, aunque ese nunca fue mi talante. Entonces me
llamaba y me decir: “corré memo no seas perezoso”. Yo le señalaba al piso para
decirle que algo había pasado con el chico.
Un corto tiempo
después, estaban todos alrededor. El chico quedo medio cubierto por las hojas
del frondoso caucho simulando estar semienterrado como si de una escena de
C.S.I. se tratara. Afortunadamente después de un instante Arnoldo se pudo
reincorporar. Le preguntamos cómo se llamaba no sabía, le preguntamos que si
sabía dónde estaba, no lo sabía, le preguntamos que si sabía lo que estaba
haciendo, no lo sabía.
Estábamos ante un
dilema de que hacer. Ya lo habíamos visto antes y “sabíamos” (creíamos más
bien) que era temporal y que luego de un tiempo las personas que habían sufrido
conmociones recuperaban la noción de la realidad. Lo ayudamos a embarcarse en
el bus de bello en el cual viajaba todos los días, pero seguro no estaba en
condiciones de hacerlo.
Nunca más regreso Arnoldo.
Nunca supimos el desenlace final de esta historia. Luego la historia era
contada múltiples veces y todos la conocen como la historia de las hojitas ya
que yo (supuestamente) estaba ocultando el “cuerpo del delito” debajo de la
copiosa cantidad de hojas que el caucho. Y que cuando lo buscaban saco la mano
repentinamente de una montaña de hojas. Incluso veinte años después apareció
alguien en estado de desorientación por acción de las drogas y que según decía
había jugado rugby años atrás. Al ver la noticia muchos me escribieron: -apareció
Arnoldo-.
Ya en Castilla, rumbo a un mejor futuro
Más allá de lo jocoso, triste, real, ficticia o dramática de la historia se esconde en realidad la precariedad en la cual iniciamos, la turbulencia de esos primeros años. Se jugaba la integridad de la vida y eso ni hablemos de la parte competitiva y aunque son recordados por muchos contemporáneos como una edad dorada y que a pesar de todo puedo decir que en realidad lo disfrute, eran los tiempos obscuros y turbulentos. Todavía íbamos por las orillas temiendo la mar brava con un deseo oculto de ver que había más allá del rugby de la cancha auxiliar.
Quizás una historia
más representativa sobre navegar en aguas turbulentas sea la de sir Winston
Churchill. Estaba condenado a una no declarada muerte política y a pesar de
venir de una familia de gran tradición tanto en la real armada como en el gobierno.
sin embargo, los reveces en Galípoli en la primera guerra mundial y otros por
el estilo unido a su muy inteligente pero mórbido y crítico sentido del humor,
hacía que no tuviera demasiados amigos sobretodo en esas épocas de aguas calmas
(o aparentemente calmas) entre las dos guerras mundiales.
Era un alcohólico,
con un genio terrible, cargado de malos hábitos y que no se guardaba nada de
nadie cuando hablaba. Es muy conocido cuando por ejemplo en medio de un
acalorado debate en la cámara de los lores
con Leidy Astor, una norteamericana que se había casado con un lord y se
había naturalizado y lo bastante radical
como para hacerse enterrar con la bandera confederada, esta le dice: “si yo
fuera su mujer le echaría veneno en el café” a lo que el interpela: “si usted
fuera mi mujer seguro lo bebería con gusto”.
Bueno, cuando hablo
de aguas aparentemente calmas es porque ahora sabemos que la tormenta asechaba
sin que nadie se quisiera enterarse. Seguro después de la gran tragedia que
significo la primera guerra todos preferían procrastinar a aceptar de que la carnicería se podía
repetir o incluso ser peor como efectivamente sucedió.
El entonces
desprestigiado político advertía sobre el peligro que asechaba debajo de la
inacción de quienes ejercían el poder en particular del primer ministro
Chamberlain, que cedía una a una a las pretensiones de Adolf Hitler que “songo
sorongo” se anexiono a Austria y la mitad de lo que entonces era Checoslovaquia
sin disparar un solo tiro.
Ante la inacción de
todos en especial de Inglaterra, Alemania invade a Polonia el año 39 y comienza
la segunda guerra mundial. El primer ministro ante la inminente debacle es
obligado a renunciar ante las circunstancias y la “papa cliente” recae entonces
en Churchill. Los tiempos tampoco son generosos con él y lo recibe el desastre
de Dunkerque. Increíblemente todavía existía en Inglaterra quien quería
negociar con Alemania y presionaban fuertemente por ello. Sin embargo contra
todo pronóstico y con la participación de los ciudadanos se logró rescatar una
buena parte del ejército atascado y rodeado en Dunkerque.
El caso es que le
toco atravesar una larga noche y por un buen tiempo solo, el costo humano y
económico fue grandísimo e incluso le toco negociar el fin del imperio
británico ya que fue la condición que los norteamericanos le pusieron a los
británicos para entrar en la guerra. Cuentan los testigos que ante este hecho,
se tomó una botella de escoces de un solo trago, ya que sabía que firmaba el
acta de defunción del imperio que tanto dio por defender. Perder un imperio
pero salvar la patria.
Apenas se derroto
al enemigo esta vez de manera definitiva, el pueblo ingles cambio su
gobernante. Sabía que el viejo Winston era un buen capitán de aguas turbulentas
pero posiblemente uno pésimo para aguas calmas. Sin embargo, la historia
siempre hablara de Winston Churchill, para mí, el gran capitán de aguas
turbulentas.
Después de este
interruptus retornamos al acontecer del rugby nacional. Hoy la realidad es muy
diferente: los espacios, las competencias, los jugadores y las garantías del
juego. Rápidamente vamos buscando los espacios que tanto añoramos y que tan
lejano veíamos pero esto no sería realidad sin personas que optaran por ser
capitanes en aguas turbulentas. Posiblemente el puerto del que se partió
todavía se vea a la distancia cada vez más lejano y el de llegada ni siquiera
se puede ver en otra parte que no sean los sueños.
No debemos olvidar
que seguramente han sido momentos tormentosos los que se han debido sortear
pero después de ver de dónde partimos y donde estamos hoy entendemos lo
necesario que son en nuestro mundo los capitanes de aguas turbulentas. Quizás
lo que le podemos legar hoy a nuestro país es que el tiempo no premia a los que
se quedan cómodos en las orillas.
No conocía la historia de Arnoldo aunque la pude haber escuchado en una noche etílica en Villamil o la villa para luego olvidarla. Por otra parte, sí que es cierto que los capitanes de aguas turbulentas de aguas calmas no suelen ser los mismos, pero ¡ambos son necesarios!
ResponderEliminarGustavo.
Memo, que grandes relatos, me agradó vivir momentos en la cancha junto a esa leyenda, grande memo
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